Tranquilidad
Ayer cumplí 26 años de casada, más 8 años de noviazgo, para un total 34 años con mi esposo. Nunca me enseñaron a ser esposa y creo que a nadie tampoco a ser madre. Me críe con mis abuelos paternos donde se nos inculcó que la mujer tenía que trabajar, ser “berraca», pero que debía ser sumisa a su esposo…en otras palabras, las mujeres no éramos importantes.
Conocí a mi esposo desde la juventud. Nos ennoviamos cuando él ya estaba en la universidad y yo terminando el bachillerato. Luego entré a la universidad a estudiar psicología. Mi familia – por parte paterna- no creía que yo podía llegar a ser profesional pero gracias a Dios lo logré. En ese tiempo de universidad supe lo que es aguantar hambre y creo que todos hemos aguantado hambre alguna vez. Durante esos 8 años de noviazgo varias veces terminamos la relación, pero luego él me buscaba para continuarla. Yo pensé que nadie se fijaría en mi y pensé que era un honor que él lo hubiera hecho y por eso cuando nos casamos pensé que por fin tendría la familia que no tuve.
A los tres años y medio nació mi primera hija. Me devolví a Villavicencio mientras él terminaba su especialización. Fue un año duro pues no conseguía trabajo y me tocaba fiar la comida para que mi hija pudiera comer. Después logré conseguir un empleo y ya con el ingreso de él y el mío la parte económica se fue solucionando pero yo sentía que algo raro pasaba, que algo no estaba bien. Yo no era escuchada, solo hacía lo que mi esposo decía, no se me tenía en cuenta y creía que todo eso era normal.
Mi hija me pedía otro hermanito y después de cinco años quedé embarazada de mi segundo hijo. Yo seguía sintiendo que algo raro pasaba. El problema era que no se me tenía en cuenta, porque en las discusiones con mi esposo me culpaba de que la convivencia conmigo no era fácil, que no se podía vivir conmigo y que lo único que él quería era “tranquilidad”. Pasaron los años, en realidad cada 5 años, y estas discusiones fuertes se repetían y repetían… mi esposo pedía a grito herido tranquilidad, pero para él tranquilidad era estar con otras personas.
Lastimosamente, ese ejemplo de callar se lo transmití a mi hija. Si le hacían algo en el colegio se quedaba sin decir nada y todo porque yo, su mamá, prefería callar; pero cuando empecé a despertar, ya no hablé sino que grité y ya la relación de tanta pelea se convirtió en gritos…ya quería que se escuchara mi voz.
Cada 5 años él me decía que quería «tranquilidad» y que yo no le ofrecía esa tranquilidad. No me sentía valiosa ni amada, ni tampoco me sentía importante. Sentí que todo era por mi culpa y cuando veía que mi hija también callaba, el mundo se me derrumbaba. No quiero que mis dos hijos vivan lo que yo he vivido, quiero que crean que tienen voz, que ellos pueden hablar, sin permitir que pasen por encima de ellos o que se les prohíba. En mi vida, mi esposo nunca me ha golpeado físicamente, pero las palabras matan, producen un dolor inmenso y más cuanto te mienten y te hacen creer que eres algo que tu no has sido nunca. Lo acepto, no soy perfecta. Descubrí después que cada 5 o 6 años mi esposo me había sido infiel, puede que fuera con varias mujeres o con la misma. Era entonces cuando me volvía a decir, me decía que quería «tranquilidad». Estoy luchando, batallando para seguir llenándome de fuerza, poder perdonar y también perdonarme por permitir que me pasara esto.
He suplicado por mis hijos porque creo en la familia, en los hogares, creo que si vale la pena el matrimonio, pero cuando hay amor, cariño y cuando se escucha. Quiero decir que mi nombre es Olma y no soy “tranquilidad”. Y la tranquilidad uno lo encuentra cuando das lo mejor de ti a las personas que amas, y no puedes exigirla cuando no la estas dando. Ahora tengo una voz y eso significa que me estoy recuperando y que estoy perdonando.
Olma Herrera