¿Y si eliminamos la guerra entre mujeres?

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“¿Por qué no te quedas a trabajar conmigo?”, fue la frase que empezó con el martirio que pondría a prueba mi autoestima, pero que más tarde haría de mi un eficiente general de cinco soles. En la primera cita con mi coach laboral recibí esta propuesta. Era del todo inesperada pero me resultó casi perfecta, me permitiría solventar mis obligaciones inmediatas y aprender todo lo que debería hacer para triunfar en el mundo laboral de la capital. Había hecho jaque mate.

Llegué a la cita preparada para pasar seis meses de mi vida aprendiendo a construir un perfil atractivo para el mercado laboral de la actualidad pero media hora con mi nueva jefe me habían asegurado un periodo de aprendizaje y sufrimiento con los gastos pagos.

El primer día todo fue novedoso, interesante y hasta creativo. Tendría que encargarme de organizar una de las actividades académicas en comunicación corporativa más sonadas en Bogotá y los contactos que obtendría de este proceso vislumbraban un futuro próspero. El tiempo transcurría entre  la rapidez del día a día buscando a las participantes de alto perfil que se requerían para el evento y el afán de darle gusto a mi jefe, pues hasta el más mínimo detalle desataba una furia de proporciones catastróficas.

A dos cuadras de la oficina y desde su apartamento que hacía las veces de muralla fronteriza al que permitía el ingreso solo a pocas personas y en ocasiones especiales, enviaba detalladas instrucciones por Skype desde las 5:00 a.m. ¿Cómo entenderla? Si era tan cambiante como llegamos a ser todas pero tan inaccesible que no era posible ni por un momento pensar en entablar una relación de largo plazo más allá de la oficina. Si soy honesta creo que lo intentó. Muy en el fondo su única hija con la que discutía día y noche, que no trabajaba con ella por el terror a enfrentar sus personalidades intempestivas y autoritarias la hacía ver el reflejo de sí misma y eso le permitía compartir de vez en cuando las historias más valiosas de su vida, de sus viajes, de su empleada a la que consideraba como una hermana y hasta de sus amarguras que al mirarlas hoy en retrospectiva explican un poco su eterna soledad. Un matrimonio de un par de años, una hija con la que no habla, un equipo de trabajo que espera las 6:00 p.m. para huir de la oficina, una carrera brillante pero sin amigos. No me gusta pensar en ella como una victimaria, pues creo firmemente que es más difícil para una mujer alcanzar la cima de su carrera profesional y ella lo hizo con honores.

“Eliminé el presupuesto porque ese no era el formato” fue el texto con el que me dio los buenos días al otro lado de la pantalla. Pocas veces nos veíamos pero tenía una capacidad de omnipresencia que te permitía casi que sentir su respiración en la oreja. Era escalofriante.

Nada que hacer; tres veces me dediqué a organizar el presupuesto que era una horrible tabla de Excel  que yo intenté en esas mismas ocasiones volver un archivo interesante de esta época. Nada le gustaba y para mí que había estudiado comunicaciones para no tener que ver un número en mi vida, manejar el tema no fue fácil. Decidida a no dejarme derrotar por la voracidad de esta mujer construí de cero el documento con sus indicaciones aunque obtuve de nuevo un regaño de descomunales proporciones, ahora por no utilizar colores en la propuesta. Una vez más lo borró y yo que había pasado los dos últimos días convenciéndome de mi inteligencia lógica-matemática solo pensaba en la forma de crear este formato de la única forma correcta: la suya.

A fuerza de encontrar un equilibrio entre los tiempos de entrega mínimos, sus chats en mayúscula sostenida, la privilegiada ubicación de la oficina en la zona mejor conectada de la ciudad y el conocimiento que podía adquirir en el medio académico de las más altas esferas de la educación y la cultura elegí quedarme. Elegí terminar y cumplir de la mejor forma con lo que me había prometido a mí misma, con la firme convicción de que se puede lograr todo y con el ánimo renovado para enfrentar con la timidez que me caracteriza el lado complejo de esta mujer, tan estudiosa, líder en creación de negocios, con un gran conocimiento en educación para el progreso pero que con su actitud y comportamiento generaba una guerra diaria no solo conmigo sino con las cuatro mujeres que hacíamos parte de su pequeño mundo empresarial y que estábamos ahí dispuestas a trabajar hombro a hombro a su lado pero que esperábamos de ella algo más que un pago mensual por nuestros servicios.

En el primer evento que asistí me sentí optimista. Hacía parte del comité organizador lo que me otorgaba todos los beneficios para ubicarme en el mejor lugar del salón con los invitados especiales junto a mis compañeras, todas mujeres, casi todas con educación universitaria y absolutamente todas con una devoción ciega que yo aún no lograba entender. A los siguientes eventos solo me invitó a mí, me llamaba a las 11:30 a.m. para avisarme que teníamos un almuerzo con la Directora de Comunicaciones de una aplicación de transporte que apenas se instalaba en Colombia, o con la Jefe de Prensa de una importante cadena internacional de restaurantes que lanzaba su nuevo producto. Algo pasaba pero yo solo quería aprender y conocer a estas maravillosas mujeres que hacían girar el mundo con su aporte a la construcción de un país más próspero. Mis compañeras me miraban y sonreían, era como si supieran que me estaba convirtiendo en la nueva mascota y como si su actuar fuera un guion ya ensayado con mis antecesoras que habían logrado permanecer en el cargo por 10, 15 y 21 días por mucho. 

Como un gran logro fui designada moderadora de un grupo de trabajo con más de 10 participantes voluntarias para organizar otro evento del que harían parte destacados funcionarios públicos de diversas dependencias y casi seis mil estudiantes de colegio. En una de las sesiones con las voluntarias me mandó a callar sin más sentido que el de señalar frente a todas que yo no tenía la potestad para concluir nada, todo porque al cierre de la reunión de la reunión me atreví a pronunciar la palabra conclusión. Como no lograba construir una frase coherente, apagué el micrófono y esperé en silencio que pasaran rápido los eternos dos minutos que faltaban para la terminar la cita y en los que se despachó contra mi juventud y mi supuesta falta de autoridad para reunir las opiniones de todas y presentar un resumen. Uno tras otro se fueron sumando los desplantes. Quería irme, dejar tirado el prometedor cargo que obtendría algún día. Ya no estaba dispuesta a aguantarla ni a tratar de encontrarle explicación a su maltrato y a su prepotencia.

Aunque no entendía sus episodios de amor/odio que giraban en una montaña rusa de emociones, me levanté y fui al trabajo al siguiente día como si nada hubiese pasado. Construí para mí un muro de seguridad y dejaba ingresar los comentarios positivos, los mensajes de aliento de mis compañeras y mis familiares pues estaba segura que aunque hiciera el mejor trabajo todos los días eso no sería suficiente pero ya sabía que no era el fin del mundo. Con el plazo límite de un mes mientras realizaba el evento que tenía encomendado me dediqué a fortalecer mi personalidad, a escuchar sus improperios sin inmutarme, sin dar relevancia a sus palabras y en cambio sí a su estricto orden, a poner cada coma, punto, guion y espacio en su lugar, cosa que años después encontraría muy útil para guiar a mi propio equipo de trabajo hacia el establecimiento de un orden exacto y útil para todos.

Hoy solo quisiera decirle ¡Gracias! Porque me enseñó a ser fuerte, a resistir en este mundo laboral principalmente masculino, por hacerme ver todo lo que yo si quiero ser como mujer y como líder, por fin encontré un sentido a esa experiencia y en estas líneas quiero exponer mi propio caso. Las mujeres podemos ser dulces, atentas, trabajadoras pero también muy violentas contra nosotras mismas, tal vez sin darnos cuenta o tal vez con la plena conciencia de ello. No pretendo juzgarla, solo creo que construir un mundo más positivo requiere un esfuerzo personal por conciliar con los que están a tu alrededor. Sin irrespeto y con un liderazgo proactivo es posible crear puntos de encuentro donde lo que instruyes como jefe puede ser entendido y aceptado con gusto como subalterna. Nada es perfecto, pero estoy segura que si nos aceptamos con nuestras diferencias podemos lograr más de la otra. Somos mujeres y si no podemos realizar algo vamos a encontrar la manera de solucionarlo. ¿No sería más fácil si habláramos las cosas con paciencia?, no es necesario demostrar el liderazgo con latigazos de indiferencia. ¿Qué tal si eliminamos la guerra entre mujeres? y en lugar de disminuir a la otra por lo que no sabe, creamos escenarios en los que todas podamos crecer.