Persiguiendo el rastro de la mujer oculta tras «la puta”

Persiguiendo el rastro de la mujer oculta tras «la puta”

Mar 21, 2019 | Por: María Isabel Molina

En mi época, para las mujeres estaban prohibidas socialmente las declaraciones de amor hacia un hombre con el cual todavía no estuviera establecida una relación formal. No podíamos ir a la mesa donde estaba aquel muchacho mechudo, alto y con un rostro de ángel, a decirle: “oye, te he estado observando y tu sonrisa me tienen embobada”. Ni, mucho menos, expresarle al chico con el que estabas saliendo: “oye, ¡quiero que seamos novios!… ¡No!

Tenías que estar muy demente para semejantes hazañas. La Santa Inquisición de la Iglesia Católica parecería un cuento de niños respecto al escarnio social al que te someterías. “Puta”, “perra” y hasta la pobre zorra estaría implicada dentro de los calificativos empleados para sindicarte por semejante acto sinvergüencería.

Pero, honestamente, lejos estaba de creer que aún hoy las mujeres siguiéramos sufriendo de este repudio social. Hasta hace un mes creí que de verdad ya vivíamos en los momentos genuinos de ‘La Liberté’. Estaba convencida que ya a este punto nos encontrábamos avocados en un avance cultural que nos permitía expresar libremente nuestros sentimientos más puros, de deseo y amor.

Hace un tiempo leí esta frase con la cual comencé a replantear muchas cosas sobre mi vida afectiva: “cuando es una mujer la que quiere tener una relación amorosa enserio, no pasa nada. Pero cuando es el hombre el que la quiere, es porque la cosa va con toda”.

Creí por un momento que de pronto mis manifestaciones de amor no tendrían ningún peso, sino era mi pareja quien en realidad quisiera formalizar algo. Quise preguntarle más a mis amigos de la universidad, que fueran ellos quienes corroboraran mis sospechas. El miedo me embargaba por completo, de verdad. ¿A dónde se irían todos estos sentimientos bonitos que esa persona hacía que estuvieran a flor de piel? ¿Cómo estaría tomando todas estas señales, todas estas indirectas tan directas?  Porque yo no tengo filtro metal,  lo que siento y pienso lo voy diciendo de frente y genuinamente. ¿Cómo podría ser tomado el hecho que una mujer joven o mayor, como yo, fuera quien tomara la decisión de expresar todo lo que sentía, en los momentos que lo sentía?

Eché a rodar las siguientes preguntas por los principales grupos de WhatsApp de mis amigos de la U: ¿Qué pasa cuando una chica le dice al chico que está enamorada y que quiere tener una relación con él? ¿Y si fuera el chico quien decide proponerle esto a la chica?

Dos días después, mi celular comenzó a colapsar. Alrededor de unos 20 amigos y amigas, me estaban contando sus experiencias respecto al tema. Mis compañeros de universidad pertenecen en su mayoría a una clase media en donde gozan de un estilo de vida tranquilo. Son personas que han estado a la vanguardia de los avances tecnológicos y que de alguna u otra forma han estado expuestos a una reconfiguración social de aceptación de la diversidad sexual. Sin embargo, las libertades femeninas todavía se encuentran en pañales, desafortunadamente.

Era interesante observar cómo pese a ser una generación que nace en medio de la agitación a la apertura sexual, aún conserva un sesgo machista respecto al papel de la mujer en la sociedad. Pienso que en parte esto obedece a que Colombia todavía es un país insipiente en materia de las libertades femeninas, nuestra idiosincrasia es altamente patriarcal.

Al empezar a entablar charlas con los chicos, comencé a notar que en medio de su discurso actualizado sobre el empoderamiento de las mujeres, dejaban ver que todavía esperaban un rol femenino de sumisión.

Les preguntaba: si viniera una chica hacia aquí, en el lugar donde estamos sentados y te dijera que te invita a salir, ¿Tú cómo lo tomarías?… Las respuestas comenzaban después de unos segundos de risas. Luego, la referencia que hacían era que primero ellos se tomarían un tiempo para investigar si la mujer era alguien que valiera la pena conocer, si era seria, si no era de esas fáciles, porque, decían, “esas chicas así, por lo general, solo buscan que uno se las coma y no más”.

De inmediato, entré en un estado de conmoción y, sobre todo, de asombro. No podía creer que después de tantos años de lucha, todavía la integridad de la mujer fuera blanco de cuestionamientos. Pensaba: “estos chicos a estas alturas deberían estar más concientizados sobre el valor de las mujeres, sobre su dignidad, pero, principalmente, sobre el respeto que deben demostrar hacia ellas”.

Las mujeres todavía no duelen, las mujeres todavía no son reconocidas como iguales. Todavía tenemos que seguir asistiendo a nuestra procesión silenciosa sobre nuestros  deseos reprimidos. Sí, reprimir sigue siendo una constante en nosotras, y lo digo desde el fondo de mi alma, porque cada vez que he intentado manifestar mis sentimientos, se hace un silencio profundo que me cohíbe de seguirme expresando libremente.  Prefiero mil veces callar, que decir que muero por estar en sus brazos, que lo dejaría todo atrás por una vida junto a él.     

Sin embargo, cuando comencé a hablar con las chicas noté dos cosas que muestran un panorama ambivalente y complejo de leer.

A ellas primero les preguntaba: ¿te sientes en un ambiente igualitario, donde estás en las mismas condiciones que tus pares hombres?  Y,  la verdad, esperaba que me contestaran ¡sí! Desafortunadamente, la respuesta generalizada fue ¡no!

A cada una le pedía que me explicara esto. La gran mayoría de mis amigas me contaron que desde el primer día de clases, se sentía la tensión, las miradas sobre las vestimentas y, sobre todo, a su aspecto en general. La cabida de ellas en los espacios sociales dependía de que tan agradables pudieran parecer. Nota importante, ninguna hizo referencia respecto a un ambiente amigable para ellas. Sino, por el contrario, describieron un entorno que de entrada marcaba una diferencia entre los cánones sociales para medir la aceptación de una mujer. 

Pero a este punto todavía no escuchaba lo más preocupante.

Les pregunté: ¿esa tensión quien la genera más, los chicos o las mismas chicas? La respuesta me dejo sin tino: “ambos, aunque, ¡se siente más entre las mujeres!” Expresaban que entre las mismas mujeres se generaban cuestionamientos más inquisitivos y dilapidaríos.

Y, claro, cómo no entenderlas, si yo a mis 41 años tengo que someterme a que las mujeres me digan que “si estoy en mi segunda adolescencia”, pues siempre he procurado usar  jeans, camisetas y tenis. Y ahora más que nunca siento que la moda ha sido benévola conmigo y me ha permitido ser más divertida en mi forma de vestir.

Pero es verdad, tenemos un problema interno, somos nosotras las primeras caníbales de nuestro propio género. Tengo que confesar algo, desde que inicié este camino en pro de la defensa de los derechos de las mujeres, han sido más las mujeres las que me han cuestionado, las que se han burlado de mis opiniones y a las que he ofendido con mis posiciones sobre mi enfoque ideológico respecto al feminismo que profeso, que hombres. 

La idea del cambio social, de la apertura mental y del reconocimiento del rol fundamental de la mujer iban desvaneciendo en mi cabeza. Cada vez iba estando más apachurrada, como si me encontrara afrontado una realidad que no quería aceptar. La realidad de las causas perdidas, de esas que te tratan de hundir por más optimista que seas. 

Por fortuna, soy muy obstinada y no me doblego tan fácilmente, así que decidí seguir adelante con mis pesquisas. Estaba determinada a que algo positivo tenía que sacar de este cuento, que ni es de Alicia, ni tampoco del país de las maravillas. Sino de nosotras, de mujeres tan corrientes como yo o como tú, como tu hija o como tu amiga, hermana o prima.

Seguí adelante, tratando de hacer más amena la charla: “Bueno, cuéntame si en algún momento te has atrevido a decirle a un chico que te gusta y que quieres salir con él”, dije a mis amigas. Siete de ellas respondieron que, ni locas, se atreverían a semejante acto. Pero otras tres osadamente sí  me contaron con lujo de detalles cómo se habían arriesgado a tomar la iniciativa.

¡Estas tres amigas, me cautivaron con sus relatos! Ellas son chicas desafiantes, que no han estado nunca dispuestas a quedarse calladas respecto a sus deseos. Las conversaciones con ellas se volvieron emotivas, llenas de una gran dosis de valentía y de desafío total a los códigos machistas. Desafortunadamente, ninguna de mis amigas fue tomada en serio o logró consolidar una relación estable. Contaban que después del desafío, habían sido sindicadas de putas, fáciles, o “que tal la zorra, tan descarada”.

Sin embargo, lo que me llenó de esperanzas y de razones para seguir adelante ante el reto de vencer al silencio, fue la sensación de osadía, de desafío, de ese sentimiento en donde la principal actriz eres tú y solo tú, tus sentimientos, tus emociones y sobre todo tus deseos y pasiones.

Claro está que a veces una se cohibida por el orden patriarcal, sienta que está viviendo en tiempos en que el contexto social de su país no da muchas libertades para aquellas mujeres aguerridas que quieren romper esquemas tradicionalistas.

Con estas charlas y este espacio que me permito para cuestionar mis acciones a seguir, creo que me enfrento a un momento de ¡reconfiguración de mi ser! Lo único que tengo claro es a donde no quiero volver y el juramento que me hice de vida de no regresar a ser aquella mujer sumisa de antes.

Pero, ¿qué clase de mujer quiero ser en un futuro? ¿Esa a la que le dejaron de importar las restricciones sociales? ¿O aquella que prefiere ignorar sus sentimientos?

Imagen escogida por la autora en: https://unsplash.com/photos/hXYKTHSzNXg

Claro que, honestamente, me enamoré de esas tres amigas mías. En ellas vi la energía de esas mujeres que están dispuestas a romper las reglas que nos relegan, vi a esas que miran de frente y no le temen al contacto visual, esas mujeres que están dispuestas a aceptar su naturaleza como hembras. Y cuando hablo de hembra es en un  sentido dotado de fuerza de diez mil ejércitos, de espíritus indomables. Esas mujeres que no le teme al qué dirán los demás, esas que quieren caminar por la vida en un éxtasis total.

Ahora creo que cuento con la fortuna, la inmensa fortuna, de tener a mi lado, aunque sean pocas, a mujeres que están disfrutando de su naturaleza, que no le temen a la muerte repentina porque están en paz con ellas mismas. Mujeres que ya no quieren tener una figura angelical, sino, ¡la figura de leonas! Por suerte, mis cuestionamientos internos me llevaron al lugar en donde pude conocer y ver a estas mujeres que no le temen a las represiones sociales, sino que van caminando con el ahincó que atrae todas las miradas.

Tal vez puede que a simple vista no las vean, porque están ocultas tras los estereotipos machistas que las sindican de lo peor, como si ser puta fuera fácil, como si fácil fuera degenerada, y como si degenerada fuera la palabra con la que se les condena por querer amar con la libertad de su ser.

De niñas, nuestros padres nos construyeron sueños con historias de hadas, ahora de grandes nos dimos cuenta que esas hadas no están y que si queremos ser felices siendo mujeres tenemos que pisar muy fuerte nuestro propio camino. Hacerlo, lucharlo, abrimos nosotras mismas los senderos por donde debemos de seguir para encontrar, al fin, eso que nos hace los seres más gloriosos de la creación.

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