Amor perenne

Estoy sentada en el portón con tres amigas y pasan dos tipos en moto. Nos quedamos mirándolos. Alguien comenta -¡son unos sicarios de San Judas! Esa misma noche estaba en un puesto de arepas y llegan ellos; yo me sentí incómoda. Uno de ellos se queda mirándome fijamente. Me fui a casa y pasados cinco minutos escucho un pito. Me asomo a la ventana. Me hace señas de que baje. Bajé temblando por las escaleras, me sentía fría. Cuando estuve frente a él, me dijo – ¿se va a dejar robar? A lo que le dije –mañana. Así fue, la noche siguiente me recogió en su moto y me llevó a un cuchitril llamado el Chalet. Apagué todas las luces. Él me dijo -¡mami no veo nada! Nos quitamos la ropa, me penetró, nos vestimos y me dejó en el mismo sitio donde me recogió. No pasaron ni 30 minutos; ni tan siquiera nos dijimos los nombres.
Yo era una niña que no sabía ni besar ni nunca me había acostado con nadie. Esto siguió ocurriendo una vez al mes. Poco a poco me fui enterando por las malas lenguas quien era él. Era un sicario de sicarios. Había acabado de salir de la cárcel después de quince años por haber matado un duro. En la cárcel se hizo novio de Leidy, una conocida del barrio. Con el pasar del tiempo yo andaba de boca en boca de todos: como la moza de Pastrana. Ella no me podía ver ni en pintura. Me arriaba la madre.
Un domingo 29 de octubre me lo encuentro en la calle, me roba por quince minutos. En ese acto yo sentí una bolita recorrer mi vientre. Les juro que en ese momento sentí que quedé embarazada.


El sábado 4 de diciembre me lo encuentro en la esquina del barrio, se estaba tomando una Poker, le dije –tenemos que hablar. Él me dijo –hágale mami todo bien, el lunes hablamos porque hoy la mona está cumpliendo años y no demora en llegar. Así fue, llegó en una RX115 que él le había regalado. Para sorpresa mía, no le dijo nada, se marcharon juntos.
Llega una amiga y me voy con ella a su casa, justamente quedaba en el barrio de en frente de él. A una cuadra de su casa, en una estación de gasolina, me encuentro a Espetro y le pregunto que me había dicho ayer. Él era hermano de la mona y salía con una amiga mía que se llama Tatiana. De vez en cuando nos escapábamos los cuatro. Me dijo que cuando nos íbamos a enrumbar. Que él quería ver a Tatiana y que él me llevaba a Pastrana, o sea, a su cuñado. En ese momento escuchamos una balacera. Él se va a chismosear y yo sigo para la casa de mi amiga. Todo el barrio corría a ver el muerto. Yo también me devolví con ella. Cuando llegamos ya había tumulto. Cuando me pude acercar, era él. Entré en llanto [y alaridos] Me fui a casa corriendo como loca. Gritando – ¡me lo mataron, me lo mataron! Todo el barrio me miraba pero nadie sabía nada. Mi mamá sale asustada preguntándome a quien mataron. Ella pensaba que era algún hermano mío. Le dije –a Pastrana. Pasados 20 minutos ya todo el barrio sabía la noticia. También me entero que cuando Espetro fue a novelerear, era su hermana. Él la alza aún con vida, la sube a un taxi y muere en sus brazos. Obviamente yo no podía ir al funeral. Me tocaba esconderme porque las amigas de ella me querían matar.
Dos semanas después fui a la droguería de mi amigo. Le conté lo que sucedía. También le dije –no tengo un peso y necesito de su ayuda. El me introduce dos pastillas de Citotec y me hace tomar dos. Me dice que el día siguiente iba a empezar un sangrado y que debía ir al hospital para que me hicieran el aborto. Este procedimiento no funcionó. Lo seguí haciendo cada semana hasta los seis meses. En ese momento mi amigo me dijo que ya no me podía ayudar más que yo debía continuar mi embarazo. Yo me asusté muchísimo. No quería ni podía tener un hijo de ese hombre.
Mi madre me pregunta que si estoy embarazada. Yo le digo que no. Un día me pongo un jean blanco para ir al bautizo de mi sobrino. El pantalón ya no me queda, me cambio rápidamente por otro y se me queda la prueba de embarazo de sangre donde dice que tengo 21 semanas. Como ella estaba tras la pista, después de tener la prueba del delito en la mano me lleva a una iglesia y me dice –júreme por Dios que no está embarazada. Se lo juro con miedo. Un mes después yo estoy decidida a decirle la verdad y ella está decidida a enfrentarme. Estamos sentadas frente a frente. Saca los papeles y me dice –hasta cuándo piensa tapar el sol con un dedo. Rompemos en llanto. Ella se siente desilusionada y yo me siento sola.
Pasados los nueve meses despierto un viernes 11 de agosto 6 AM, sintiendo dolores. No tengo nada para recibir a mi bebé, ni tan siquiera un pañal; no me acompañan ni cinco pesos en el bolsillo. Me voy caminando bajo un resistero de sol hasta el hospital que queda en la quinta porra. En camino me encuentro a Luis Moreno, un amigo de la casa. Me regala cinco mil. Cuando llego al hospital me preparan para el parto. La cama que me asignan apenas la van a desocupar. Pongo mis pertenencias sobre la mesa; entro al baño; me cambio. Cuando salgo, la mujer que la ocupaba se me había robado lo veintiúnico que tenía.
Me suben al burro; me hacen un monitoreo; me dicen que el corazón de la niña no se escuchaba bien. Me preguntan que en donde estaba mi acompañante. Les digo que soy sola. Me preguntan que donde estaba la ropita de la niña les dije que no tenía nada. Me la envuelven en un trapo roto y la trasladan al principal hospital de Pereira. No se le habían madurado los pulmones.
Al día siguiente me dan salida, voy caminando hasta la droguería de mi amigo. Le cuento lo que sucede. Me compra un almuerzo y llama a escondidas a mi hermana Diana. Yo estoy llorando dentro del consultorio. Llega mi hermana asustada. Ella no tiene ni idea de lo que sucede. Me dice –tranquilícese, piense en su hija. Cuando me toca la barriga, se da cuenta de que ya no tengo. Se pone a llorar; me dice – ¿qué hizo con la niña? Yo le digo está grave y que la tienen en el Hospital San Jorge de Pereira. Ella llama a mi mamá y a mi hermano Rafa. Cogemos un taxi; llegamos al hospital; pasamos a la sala de neonatos. La enfermera me dice – ¿usted ya le tiene nombre a la niña? ¡Bautícela porque ella se va a morir!!! Llega mi hermano y mi madre. Se van a comprar un traje de lana amarillo, que es con el que la enterramos.
¡Nadie supo quién era el padre de Natalia!

P.d: Todo esto ocurre en el año de 1999. A la edad de 18 años.

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* Danna nació en Pereira y escribe desde Cali. Su contacto: dannargot@hotmail.com

 

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