El duelo de una niña

La relación de papás no está bien, lo sé.

Dibujo dos casas, una de mamá y otra de papá, para que ellos sepan que lo sé todo. Mi mamá llora mucho y papá no está en casa los fines de semana, está buscando apartamento porque se va a mudar. Me llaman al cuarto y papá me empieza a decir –es que papito y mamita no se están entendiendo. Peleamos mucho. Te lo juro que tú no tienes la culpa de nada y así como el dibujo, tú vas a tener dos casas. A la mía vas a poder ir cuando quieras. ¡Qué injusta me parece la vida! Ya me habían separado del lado de mi abuela también.

Papá nos invita a comer un helado en un centro comercial nuevo. Allá me dice –ya mañana me voy y ahora que lleguemos a casa, quiero que me ayudes a empacar. Yo lo hago como diciendo –no me importa, si esa es la decisión que tomaste, te ayudaré a ir en paz. Al día siguiente me voy al colegio. La sala está desordenada; están las cosas de papá. Cuando llego a casa hay un silencio sepulcral. No alcanzo a ver los ojos de mamá, están chiquitos. Yo guardo silencio, porque también me duele. Mi mamá empieza en un decaimiento extremo. Así como los cangrejos del Chocó: de p’atrás. No me atiende; se vuelve histérica, medio loca, fría; pierde mucho peso y su cara se vuelve como la de una viejita; con arrugas y canas.

Recuerdo que un día me sacude fuertemente porque no le hago caso. Yo la miro a los ojos con compasión y le digo –mamá no hagas eso; ya perdiste a papá, no me pierdas a mí. ¡Ahí rompo en llanto! Yo trato de solidarizarme con ella y alegrarle sus días. Antes de irme al colegio le digo –mamá la mañana es un lindo día con cosas que no sabemos escuchar. Sólo con el tiempo podrás escuchar lo que quieras escuchar y ver lo que quieres ver.

Ella inicia un tratamiento de psicología. Es consciente de que no está bien y necesita ayuda profesional. Cuando se va a sus citas, papá viene a verme. No pasó mucho tiempo para presentarme a su nueva novia. Es una mujer narizona pero mi papá dice que es bonita. Me llevaron a patinar junto con su hija. También me llevaron a la iglesia. Yo no entiendo cuál es el propósito de esta mujer pero me tomaré el tiempo para hacerlo. Mamá es flexible y yo acepto a todas las invitaciones que papá me hace. Aunque la verdad, no son muchas.

Un día llego donde mamá y me quejo. Le digo –que pereza siempre están ellas. Yo quiero el tiempo con mi papá a solas. Mi mamá intercede por mí, a lo que le da sopa y seco. Papá le dice -¡Yo a usted no tengo por qué darle ninguna explicación! ¡A usted lo único que le debe importar es que está conmigo! Además, que les quede muy claro – ¡Salome debe acostumbrarse a que siempre van a estar ellas!

Todas las noches antes de dormir le pido a mi mamá que me lea la Biblia. Hasta leerla por completo. Ese era nuestro tiempo y el encuentro con Dios. Todas las noches le pedíamos a Dios que nos trajera a papá a casa, pero antes de eso que lo transformara. Quiero pensar que ella llegó a su vida, para que él conociera de Dios.

Hay veces que le digo a mamá – ¿puedo decir una palabra? Mi mamá me dice –sí. Le digo – ¡perro, tacaño, descarado, sinvergüenza!

Mandan a llamar a mi mamá del colegio. Le dicen que mi rendimiento académico ha bajado; me comporto insoportable; me quedo atrasada; distraigo a los otros niños y no sigo instrucciones, pues yo también tengo derecho a manifestar este dolor que llevo dentro. Mi mamá les comenta la situación y también pide ayuda. Tengo ansiedad y ese vacío lo quiero llenar con comida. Ya ha pasado más de un año. Estoy en obesidad mórbida, dice Camilo, mi pediatra…

¡Me he subido trece kilos!

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* Danna nació en Pereira y escribe desde Cali. Su contacto: dannargot@hotmail.com